19 abril 2025

Cuando la geopolítica no explica, impone

Por Juan Agulló



Cuando Donald Trump tomó posesión de la Presidencia sugirió que Canadá debería convertirse en el Estado número 51 de Estados Unidos; que su país “necesita” absorber a Groenlandia y que Washington quiere “recuperar” el Canal de Panamá.  Esas reivindicaciones provocaron malestar e indignación pero, sobre todo, sorpresa. No se trató, sin embargo, ni de novedades ni de ocurrencias. 

La mayor parte de esas propuestas proviene de narrativas tejidas desde hace tiempo, aunque fuera de foco, por think tanks, especialistas, asesores e incluso académicos que, en realidad, forman parte de una maquinaria ideológica orientada a producir realidad.  

Una de las narrativas más recurrentes es aquella que establece una correlación, supuestamente irrefutable, entre la construcción de infraestructuras estratégicas en América Latina y el Caribe y su potencial utilización militar por parte de China. Lo que este artículo pretende explicar es -por encima de la plausibilidad de esa amenaza- cómo se construyen esas narrativas, que son geopolítica, pero no de la que sirve para comprender el mundo sino de la que pretende cambiarlo de acuerdo con unos intereses específicos.  

Hubo mucho de eso en el pasado (con los Mackinder, Haushoffer, Kissinger, etc.) y esa es la Geopolítica a la que, actualmente, se conoce como “clásica”. Su característica principal es que actúa como si describiera la realidad cuando lo que hace es prescribirla: define lo que debe preocuparnos, lo que debe controlarse, lo que debe alterarse… Y lo hace asumiendo una supuesta neutralidad científica que no es tal porque carece de rigor metodológico. El colonialismo y el nazismo funcionaron, en su momento, con esas mismas prácticas legitimadoras: por eso la geopolítica pasó, después, por décadas de desprestigio.  

En el caso del Canal de Panamá se venía sugiriendo desde hace tiempo que las inversiones chinas podían esconder intereses militares. Las acusaciones más antiguas surgieron cuando, hacia 2009, se otorgaron las concesiones para ejecutar las obras de ampliación del Canal. Las más recientes aparecieron cuando, en 2017, Panamá desconoció a Taiwán, reconoció a China y se incorporó a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR) la gran apuesta geopolítica de Pekín. Ahora, poco después de la toma de posesión de Trump, el holding chino CK Hutchinson le vendió al fondo estadounidense Black Rock los puertos del Canal de Panamá por 23.000 millones de dólares.  

Objetivo alcanzado: la Geopolítica Prescriptiva cumplió su función y ahí no se va a detener pues, en América Latina y el Caribe, hay muchas infraestructuras críticas que preocupan en Washington: el megapuerto peruano de Chancay, ya inaugurado, y los corredores biooceánicos que, interconectados, podrían contribuir a exportar commodities estratégicas con mayor fluidez desde el corazón de Sudamérica en dirección a China.  

Uno de los pilares de la geopolítica prescriptiva consiste en cosificar el espacio. Desde esa perspectiva Panamá o Chancay serían indiscutibles lugares estratégicos. Sin embargo, en cuanto se ahonda un poco en la cuestión desaparecen las subjetividades y emergen los historicismos arbitrarios y los argumentos circulares: el Canal de Panamá y el megapuerto de Chancay son estratégicos… porque son estratégicos; el expresidente Jimmy Carter devolvió el Canal a Panamá a cambio de “nada” y el Hemisferio Occidental… es “occidental”, así que no tendría por qué haber inversiones chinas.  

El problema es que, si se aceptan ese tipo de razonamientos, cuestiones clave quedarán diluidas: quién identifica los lugares estratégicos, con qué autoridad y con qué intenciones los define, cuáles se priorizan y cuáles se omiten, etc.  

Al final, uno de los objetivos principales de la geopolítica prescriptiva consiste en resignificar lugares para favorecer su control asociando el elemento “estratégico” a la idea de “amenazas” que, lógicamente, provocan miedos.  Así, una vez que la geopolítica prescriptiva logra introducir esa forma de razonar en los medios, en los informes técnicos y en algunas discusiones académicas, lo esencial del trabajo está hecho: ya a casi nadie le parecerá anormal que Trump envíe a Panamá a su secretario de Estado para imponer una rápida salida del país ístmico de la IFR o que Black Rock termine comprando, abruptamente, los puertos de acceso al Canal.  

Y mientras tanto una forma más consistente de hacer geopolítica seguirá siendo posible: una geopolítica que intente comprender por qué intereses estratégicos concurrentes pueden estarse fijando en los mismos lugares; qué tienen de incompatibles los modelos a los que ambos representan; por qué nadie se fija en los impactos ambientales de los megaproyectos pero sobre todo por qué se asume, implícitamente, que Perú y Panamá no tienen criterio para sacar el mayor provecho geopolítico posible a su posición geográfica.